SIN
ECOS
CAPITULO IV
Historias, polvo y suspiros
Por muchos esfuerzos que hizo Amelia no logró
contener su ansiedad, trato de soltar de la forma más delicada posible la mano
firme de aquel hombre. Pero él volvió a retenerla, con una sonrisa que seguramente,
si hubiera podido ver, la hubiera hecho sonrojar.
–
Disculpe
Monsiuer – pronunció con una voz apenas perceptible – No me he perdido, estoy
muy cerca de casa, no es necesario que me acompañe – terminó la frase casi sin voz, con una leve sonrisa mientras levantaba esa mirada de
bellos ojos plomos.
François
percibió de inmediato el nerviosismo de la joven, se acerco un poco más a ella,
casi sin darse cuenta, la analizaba con
una mirada penetrante y con un interés que ni él mismo entendía. Pronto
descubrió la ropa sucia y maltratada de Amelia, y sus blancos pies descalzos,
preocupado quiso preguntar algo, cuando su mirada tropezó con el reflejo azul del
cielo en el fondo plomo de sus ojos.
Amelia
nerviosa por esa cercanía inapropiada se alejo bruscamente, el amable François trató de sostenerla pero
ella empezó a correr en sentido contrario, nuevamente la oscuridad la abrumaba,
no estaba segura de la dirección que tomaría, estaba pensando solamente en
Louise, ¿Cómo estará? y si… No había
mucho tiempo para cuestionamientos, no permitiría que la encuentren los otros
revolucionarios, menos este que a pesar de que era tan opuesto a lo que le
habían contado, no dejaba de ser un enemigo. Cerró los puños con fuerza, sentía
deseos de volar en lugar de correr, recordaba los disparos, su cochero, Louise,
nada estaba bien. No pudo llegar muy lejos, como era de suponer François fue
detrás de ella y la alcanzó.
……………………………….
Louise
se frotaba los ojos tratando de despertar bien, aquello parecía un mal sueño,
le dolía mucho la cabeza, apenas reconoció el lugar, parecía una cueva, pero al
ver mejor se dio cuenta que más bien era una especie de depósito. Se incorporó con mucho cuidado de no hacer ruido y se
escurrió por una vieja puerta hecha de
cortezas de algún árbol enmohecido. Afuera estaban los 3 hombres que las
atacaron antes jugando con una vieja baraja, habían bebido demasiado así que la
joven confiaba en que no la notarían. Caminó por detrás de ellos y sus cálculos
fueron ciertos, le resultó fácil salir,
ahora el problema era encontrar a la pobre Amelia. Se sentía culpable por haber provocado que se perdiera.
Louise
recordaba que Amelia corrió delante de ella, y que luego en algún momento,
mientras los hombres disparaban se le perdió de vista en una especie de
matorral al lado del camino. No sabía nada más después de eso, ¿Cómo haría para
saber donde estaba ella? Para ser sincera no recordaba mucho, recordaba apenas que al
ir detrás de su ama tropezó con una enorme piedra en el camino y sintió un
golpe seco en su frente, los ojos se le oscurecieron con un horrible tono rojo
y finalmente perdió la conciencia. Bueno luego habría mucho tiempo para
averiguar o suponer que paso, ahora lo importante era encontrarse. Se puso en
camino en dirección contraria al húmedo depósito.
……………………………….
Mientras
tanto Amelia había decidido aceptar la compañía de François para evitar
problemas, después de todo el parecía una persona muy bien educada, se
preguntaba ¿cómo había llegado a la filas de los revolucionarios?
La respuesta
era muy simple, él y su familia habían perdido todo sus bienes y apellido noble
a raíz de las ideologías mostradas en público por su padre, como era de
esperarse, el castigo recayó en toda la familia en otros tiempos adinerada y
con un buen apellido, François sintiéndose decepcionado siguió a su padre a los
mítines en París, hasta que las fuerzas de su aún joven papá lo abandonaron,
desde entonces François ha seguido ese camino trazado para él, tan difícil para
alguien tan joven , tan decepcionante a veces y tan cansado para el alma, a
estas alturas François ya no sabía en que creía , había aprendido a obedecer sin
cuestionar, difícilmente reconocía entre el bien y el mal, ya no estaba seguro
en que bando estaba. Esta única vez estaba siendo desobediente adrede, al
ofrecerse de acompañante de la bella dama. No pudo evitarlo, la reconoció de la
pequeña carroza que detuvieron en el camino, esos ojos plomos y esas enormes
pestañas, que esconden una mirada transparente, dulce y a la vez triste, son
difíciles de olvidar. Ahora estaba más encantado que nunca con la conversación
de Amelia.
Amelia
parecía haber olvidado todos sus miedos,
en este momento se sentía protegida y segura. El suave roce de su mano
en el fuerte brazo de François la ponía nerviosa, recordaba que no llevaba
zapatos y que su vestido estaba rasgado,
sin quererlo se sonrojaba sintiendo vergüenza.
– ¿así
que tu color favorito es el azul? –
pregunto distraído François, pensando en su vieja casaca azul.
–
Sí –
se apresuro a contestar Amelia, – cuando era niña, todavía recuerdo las florecitas
azules que plantamos en nuestro jardín –
papá solía regalarme una cada noche. Estas flores eran las pocas cosas que
recordaba antes de perder la visión.
– Pero
también me encanta el color naranja – continuo Amelia – yo soñaba con unas flores anaranjadas en mi
ventana.
Silencio,
François no sabía el motivo del viaje de la joven pero podría imaginarlo, se
notaba que a pesar de la finura de sus modales y la delicadeza de su voz, no
provenía de una familia muy favorecida económicamente. Para este tipo de jóvenes
solo quedaba un camino y era el del matrimonio con un noble acomodado, casi
siempre muy mayor, tanto que podrían ser padres y hasta abuelos. François sacudió
la cabeza, estos pensamientos no le agradaban, era una flor muy delicada para
terminar en brazos diferentes a los suyos. Sorprendido se descubrió soñando con
una sencilla casita en alguna villa
cerca de las montañas, tal vez con un rio cantor, con un aroma a tierra mojada
en el aire, Amelia con un vestido de suave lino, azul con un cinto naranja y
una sombrilla del mismo color. Sueños, no podían ser otra cosa ¿Qué podía esperar un revolucionario? Con suerte
una muerte honorable o una larga lucha sin fin.
Amelia
seguía contándole historias sacadas de sus libros, de caballeros con pesadas
armaduras y princesas con largas cabelleras, era fascinante escucharla, por un
instante ambos vivían cada aventura juntos.
–
Se
hace tarde – interrumpió François – ¿Continuamos en camino a Paris?
Ella
buscaba la mejor respuesta, después de todo seguramente Louise la estaba
buscando y también estaría en camino a París. Tampoco sería prudente mostrarse
preocupada, podría ponerlo en alerta, después de todo él era un peligroso
soldado de la revolución.
–
¿Cuánto
falta para llegar a París? – preguntó Amelia.
No
pudo escuchar ninguna respuesta, los cantos de los grillos se detuvieron por
completo. El tenso ambiente empezó a descender sobre los dos. Escuchó en cambio
varios disparos que cruzaban el aire silbando.
Amelia
sintió que los brazos de François la rodeaban, cayeron al piso los dos, ella cubrió
sus oídos con las manos. François saco su pistola para tratar de defenderse. La
polvareda no le dejaba ver nada.
Del
otro lado un grupo de militares en camino a Versalles estaban disparando despiadadamente
sobre ellos. François se dio cuenta de la situación, no debía arriesgar a la
joven, se levanto de golpe con las manos en alto en señal de paz. El comandante
militar observó la seña a la distancia y ordenó que cese el fuego. Le pidió a François que se acerque con una
nueva seña.
François
no podía dejar a Amelia, pero tampoco podría exponerla, la dejo donde
estaba.
– Quédate
ahí – le pidió – voy a hablar con ellos,
no te muevas.
Amelia
tembló, conocía muy bien el destino de los revolucionarios. No supo que fuerza la
impulsó. Tal vez la sensación que le producía la voz de él o el contacto de sus
manos, o el aroma que lo rodeaba. Nada de eso importaba, iba a prevenirlo, tenía
que impedir que le hicieran daño. Por fin aquel príncipe de pie ante su ventana
con flores color naranja en la mano tenía un nombre, se llamaba: François
–
Espera!!!
– por primera vez su voz se sintió real – François – gritó nuevamente.
En
respuesta solo creyó escuchar la voz de él en el viento y un dolor intenso en
el pecho, un líquido caliente emanando. Un soldado nervioso acaba de disparar. Amelia
sintió una vez más los brazos de François, luego no sintió nada más.
François
no quería levantar la mirada de los hermosos ojos que se cerraron ante él. Su
destino ya no tenía ninguna importancia, solo quería quedarse a lado de la
suave flor de ojos plomos y voz de ninfa
que sostenía aún su mano, mientras su vida se extinguía en un suspiro
inaudible. Sin ecos.
F I N